Hace ya algo más de un mes, el 26 de marzo, volvimos a
convocar a los más pequeños de nuestro centro para hablar de una obra que nos
trae a la memoria inmediatamente recuerdos de nuestra infancia. Se trata de Caperucita en Manhattan, de Carmen
Martín Gaite. En ella la autora hace una original adaptación del cuento tradicional difundido por Perrault y
los hermanos Grimm.
En su versión moderna, Sara Allen es una niña de diez años
que vive en Brooklyn con sus padres, y su máxima diversión es visitar a su
excéntrica abuela (una antigua gloria del music hall con un nombre de guerra tan sugerente como
Gloria Star) que vive en Manhattan. Por este peculiar “bosque” de rascacielos transitan
personajes tan variopintos como Miss Lunatic (el hada de los cuentos que la
autora se permite añadir a nuestra actualizada Caperucita, ¿cómo nadie se había
dado cuenta de que era un cuento de hadas sin hadas?) o un millonario más
excéntrico todavía, magnate de la industria repostera, que responde ni más ni
menos que al nombre de Mister Woolf: he aquí a nuestro lobo.
No podían faltar
elementos como un impermeable rojo que Sara se pone siempre que va a visitar a
su abuela (llueva o no), una deliciosa tarta de fresa que la madre elabora
puntualmente cada semana para la anciana –y que esta aborrece, dicho sea de
paso-, una escapada a solas por el “bosque” (el metro en esta ocasión), y hasta
un malo malísimo cuya amenaza flota a lo largo de todo el relato (el vampiro
del Bronx) a falta de mayor ferocidad del lobo titular de nuestro cuento.
Intentando no desvelar demasiado sobre el argumento y el
inquietante final, nos gustaría destacar la inteligencia y valentía de la
protagonista; esto pareció sorprender a alguna de nuestras alumnas, que no
veían verosímil que una niña de diez años se expresara con tanta corrección.
También hay que resaltar el constante canto a la libertad de personajes como
Sara, su díscola abuela (a la que tanto fastidia el afán controlador y
protector de la pesada de su hija, la madre de Sara) y, cómo no, de Miss
Lunatic, que no es otra que la propia Miss Liberty, en otras palabras, Madame
Bartholdi, madre y musa del escultor de la emblemática estatua. Aportaremos un
dato curioso que no se menciona en la obra: la ciudad alsaciana de Colmar,
cuna del escultor Frédéric Auguste
Bartholdi, resulta un lugar tan inspirador de cuentos que incluso hay quien
afirma que es el escenario en el que se
desarrolla La bella y la bestia.
Por último, cabe reseñar el maravilloso uso del lenguaje del
que hace gala la autora y su maestría a la hora de mezclar los elementos del
cuento tradicional (la tan traída y llevada Caperucita, e incluso brochazos más
que evidentes de Alicia en el País de las
Maravillas) con los escenarios urbanos y tremendamente actuales de Nueva
York; igualmente explosiva resulta la mezcla de personajes tan prosaicos y apegados
al suelo como los padres de Sara o sus vecinos, con otros tan etéreos y
poéticos como Miss Lunatic o la propia protagonista, capaz de inventar hermosas
palabras que describen sensaciones sin nombre hasta ese momento. Una delicia de
novela, que nos deja un sabor a tarta de
fresa y a cuentos de la niñez.
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